lunes, 24 de noviembre de 2008

Acariciando el cielo (Día 3)

Día 3. Del refugio de Poqueira a la Central Eléctrica


El último día amaneció, para nosotros, a las 7'30 de la mañana. El primer chequeo que hicimos al despertar estuvo dedicado a nuestras piernas: un ligero balanceo y una serie de estiramientos nos permitió comprobar de manera rápida, aunque poco eficaz, el estado de nuestros preciados músculos que nos serían tan útiles para afrontar el tercer día en la montaña; nada más y nada menos que otros 1000 metros de desnivel para culminar con nuestra gran hazaña. Un fuerte desayuno y una rápida recogida de enseres nos permitió ponernos en camino muy temprano, de nuevo con raquetas calzadas y con la mochila en la espalda.

Las cosas parecían pintar bien, pero nada más lejos. Tan sólo cinco minutos después de nuestra partida las piernas parecían indicarme algo. Algo que señalaba mal: "tío, ni de coña aguantaremos fuertes pendientes heladas por mucho tiempo". Y así pasó. En breve mis piernas comenzaron a fallar. No soportaban el peso de mi cuerpo, y cada paso que daba me hacía pensar en el largo camino que me quedaba de vuelta. No tardaron en aparecer los primeros retos. Y es que de nuevo ante nosotros se nos avecinaban grandes desniveles por terreno helado, lo cual dificultaba aún más nuestro paso. Un breve resbalón hacía que tuvieses que tensar al máximo tus piernas, las cuales no estaban para esos trotes: la sensación de dolor iba en aumento. Al mirar hacia atrás te podías dar cuenta de la gran ascensión que hicimos nuestro primer día. Pero, como la gran mayoría opina, lo peor es el descenso. Bajar por esos terrenos y con tus muslos lesionados es una situación que hace sacar de tí todas tus fuerzas, tanto física como psíquica. En mi opinión, sobre todo de la segunda.
Cada paso que daba sentía temblar mis piernas, lo cual hacía que tuviese que centrar toda mi fuerza y equilibrio en los bastones, es decir, en mis brazos. Aún así, cualquier paso con mala fortuna me obligaba a dejarme caer hacia atrás y caer de espaldas en la nieve. La mochila servía de colchón. No hacía más que pensar en el duro camino de vuelta que me esperaba, pero supe que esa no era una buena alternativa, así que rápidamente eché mano de alguna estrategia psicológica barata: avanzar 50 pasos y detenerme a descansar. De este modo, superando pequeños retos, logré quitarme del medio lo más duro del camino: el descenso por paredes de hielo. Pero aún quedaba bastante tramo por caminos de tierra, donde pensaba que la situación mejoraría. Pero no fue así. Las piernas estaban tan cargadas que no soportaban ni un simple paso. Un poco de réflex en las piernas y a seguir adelante.

Al mirar hacia atrás vimos la misma estampa que el primer día: un gran peñasco cubierto de nieve por el que atravesamos dos veces. Pensar que habíamos pasado por aquel escollo nos hacía sentir orgullosos, pero aún más cuando nos percatábamos que ese pequeño reto constituía sólo un 15% de toda nuestra aventura. La sensación de superación de uno mismo hacía que por momentos el dolor se conviertiera en un triunfo. Podías llegar hasta el punto de disfrutar de él, pues era incluso merecido.

Poco a poco, entre bromas y música conseguimos llegar al coche. El descenso, para mí, fue lo más duro, pues superar 1000 metros "sin piernas" es lo más costoso a lo que me he podido enfrentar hasta ahora mismo en la montaña. Pero no penseis que estamos locos por hacer estas cosas. Es lo que me gusta, conocer tus límites es la mejor herramienta para prevenir cualquier situación inesperada.

Soltar las mochilas en el suelo, unas fotos, unos abrazos, y 3 sonrisas de satisfacción que hacían sombra a todos los peregrinos que ese fin de semana se asomaron a la vía de las acequias. Un brillo especial de orgullo en nuestras caras tenía que ser evidente, pues la gente nos miraba con cara de asombro. Fue algo que no dejó de llamarme la atención cuando llegamos a senderos practicables para cualquier familia que desee echar un día silvestre. Pero sin duda, lo mejor fue la recompensa final: una fría y escarchada cerveza que nos tomamos en Granada para celebrar nuestro "reto conseguido". Y es que, como me gusta decir, "creo que lo mejor del montañismo es cuando te tomas la cerveza para celebrar que has hecho cumbre".

Pues hasta aquí todo. Fue una de las mejores experiencias que he tenido hasta mis 24 años de vida en este mundo. Algo que no olvidaré nunca: ...no podría elegir. Un breve resumen con lo que me quedo: la sensación de satisfacción; la paz y tranquilidad de la montaña; la gran belleza de sus paisajes; la compañía de unos buenos compañeros de aventura; el amanecer y el anochecer.

"¿Hemos vencido a un enemigo? A ninguno, excepto a nosotros mismos. ¿Hemos ganado un reino? No, y no obstante sí. Hemos logrado una satisfacción completa, hemos materializado un objetivo. Luchar y comprender, nunca el uno sin el otro, ésta es la ley." – George Mallory

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy bueno tu blog y por lo que veo bonita expriencia, sigue escribiendo asi pero tambien de otras vivencias, que creas oportunas
NOMBRE MUY SUCULENTO

Anónimo dijo...

uff estabas conatando lo de las piernas y han empezado a dolerme las mias jajjaja...estuve tres dias con las piernas cogias desde que subimos al alcazabar...no creo q pueda con una montaña :( pero weno...a seguir..

pronto te pasaré las fotos..q no tengo muxo tiempo..un beso