lunes, 17 de noviembre de 2008

ACARICIANDO EL CIELO (día 2)

"¡Buenos días! ¿Cómo están esas piernas?...Genial, preparadas para el gran día"

Día 2. Del refugio de Poqueira al Mulhacén (y de vuelta al refugio)

Al igual que la despedida del sol de la noche anterior fue un momento espectacular, su regreso no podía ser menos. Ver el sol aparecer tras la montaña dando los buenos días a sus inquilinos fue una imagen que no olvidaré. Tras comentar con el guarda las mejores vías para subir al picacho nos calzamos las raquetas y comenzamos con el que sería el día más duro de nuestro viaje: superar 2000 metros de desnivel para alcanzar la cima y regresar al refugio. Para ello, decidimos ascender por la cara NO y descender por la cara sur.

Al salir del refugio buscamos el valle para dirigirnos a las grandes lomas de la cara NO y subir por ese camino. El estado de la nieve era bueno en la mayoría de los tramos, pues el calor del sol no había hecho todavía efecto sobre ella. Cuando caminas por un valle nevado lo más problemático es la gran cantidad de nieve que allí se acumula, y viendo las dificultades que teníamos para avanzar decidimos ir cogiendo altura por una empinada pala que nos llevara hasta una mejor posición. Pero no fue fácil. Las grandes pendientes y el espesor de la nieve hacía que en algunos pasos te hundieras hasta las rodillas. Y lo peor venía cuando intentabas salir de ese agujero, pues, al igual que las arenas movedizas, intentar salir de ahí supone aplicar una gran cantidad de fuerza sobre la otra pierna, la cual acababa también hundida en la nieve. Intentar salir de aquí era una odisea, y cada vez que probabas un nuevo método tu cuerpo se hundía cada vez más. Al final, la ayuda de un compañero se hacía indispensable para no quedar atrapado.

Tras una hora aproximada de duro ascenso divisamos lo que creíamos era la arista del Mulhacén, que nos llevaría hasta su punto más alto. Sin embargo, aún estábamos muy por debajo y las grandes cuestas que quedaban por subir provocaban los primeros desalientos. Pero nada más lejos. Nos encaramos a ellas y, con su permiso, nos dispusimos a subir por ellas. El gran desnivel hizo que echaramos mano del clásico truco de la ascensión en zig-zag. La fuerte subida hacía que el ritmo se ralentizara bastante. Creíamos estar muy cerca de la cuerda de la montaña, pero un fatídico paso y una ligera mirada hacia arriba hizo que nos lleváramos las manos a la cabeza. No podíamos creer lo que estábamos viendo. Y es que detrás de la gran pared que estábamos escalando apareció un pico más alto por detrás de ella. Nos miramos asombrados y con gestos de desolación y abatimiento. No podía estar pasando...la gran loma que estábamos subiendo no pertenecía al Mulhacén y, por tanto, quedaba aún mucho camino por subir.

Rápidamente cogimos el mapa y vimos que, detrás del punto en el que nos encontrábamos, había un valle. ¡Horror! Eso significaba que todo lo que habíamos subido había que bajarlo por la cara opuesta para atravesar el valle y enfrentarmos a la verdadera cara NO del Mulhacén. De confirmarse nuestras predicciones, los tres pactamos que abandonaríamos la ascensión, pues no tendríamos suficientes fuerzas para subir y después bajar. Es curioso cómo los montañeros sólo piensan en sus fuerzas para llegar a la cumbre, descuidando cualquier reserva de energía para un duro descenso. No teníamos nada que perder, así que decidimos proseguir nuestro camino hasta el punto más alto y divisar lo que nos esperaba detrás. Una vez allí, decidiríamos qué hacer con nuestro viaje.

Para colmo, volvió a ocurrir lo del día anterior. Y es que, estando cerca de la arista, superamos un escalón que nos dejó ver la verdadera arista de la montaña que estábamos subiendo. Otra pared blanca se levantaba de nuevo ante nuestros ojos y debíamos seguir con nuestro duro ascenso hasta la arista para decidir qué hacer. Después de tres largas horas llegamos al punto más alto y...¡voilá! La suerte se volvió de nuestro lado. Tuvimos la gran suerte de estar más al sur de lo que pensábamos. Esto significaba, también, que estábamos más lejos de lo previsto. Pero la ventaja de todo esto es que aún no habíamos llegado al valle que temíamos encontrar por la otra cara. Así, nos ahorrábamos tener que descender al valle, ya que teníamos una perfecta enlazada entre nuestra posición y la cuerda del Mulhacén, la cual nos llevaría hasta su cumbre. Decidimos, por tanto, proseguir nuestro camino.

Al seguir subiendo por unas escalonadas rocas desnudas de nieve por su abrupta forma, divisamos al fondo lo que parecía ser la cima. Pero nada más lejos. Media hora más subiendo por una suave loma las perspectiva nos jugó otra mala pasada. Estábamos muy cerca de otro pico, conocido por Mulhacén II por su parecido y por la gran confusión que produce a los montañeros al verlo. Nosotros también caimos en su trampa. "¡Señores! Este tampoco es el gran picacho. Está detrás, más arriba todavía!" Supongo que la falta de oxígeno en la atmósfera hizo que no nos afectara tanto. Nos pusimos las pilas y seguimos caminando sobre el manto.


Ahora sí. Coronamos el Mulhacén II y ya podíamos ver perfectamente el techo de la península; el mismo que tanto tiempo nos llevaba confundiendo por nuestras ansias de estar en él. Repusimos fuerzas en el peor punto, ya que por nuestra cara soplaba un fuerte viento que nos dejaba helados, así que comimos rápido y salimos hacia la cumbre. A pesar del cansancio acumulado y la falta de oxígeno en el aire, nuestra motivación crecía al estar cada vez más cerca del techo hasta que, de pronto, nos reunimos los tres para encarar la última pala de subida juntos. El esfuerzo fue conjunto, así que decidimos coronar al mismo tiempo. Unos pasos más y...allí estábamos, a 3482 metros de altura, con la escena más impactante que había visto en mi vida. Los paisajes eran preciosos. Creíamos estar rozando el cielo, pues no había nada más alto que nosotros en España en ese momento.

Éramos las tres personas que, por ese día, se encontraban en el punto más alto de nuestro país. Y eso nos hacía sonreir. Nos abrazamos y nos quedamos en silencio. El aire se aplacó, y recuperamos el aliento. La cara norte era brutalmente escarpada, y mirar por sus barrancos te producía un fuerte temblor de piernas. Al NO, el Veleta, y al NE, la Alcazaba. Las imágenes nos transportaban a otro sitio. Yo creía no estar en Granada, pues siempre había asociado esos paisajes nevados a grandes montañas como la diosa Everest. Pero nada más lejos. Al girarnos y contemplar la cara sur, podías ver perfectamente la silueta de la costa de Granada y Almería, bañada por sus aguas mediterráneas hasta que el horizonte las hacía desaparecer. Permanecimos en silencio un buen rato.

Supongo que cada uno pensaba en sus cosas y, al ser un momento tan íntimo, nadie quería molestar la gran paz que allí se podía alcanzar. Mi mente se evadió al sentir tal relajación allí arriba con esos espectaculares espejos de nieve que reducían hasta lo más simple de tu existencia en la tierra. Que pequeño te sientes allí arriba, y qué grande al mismo tiempo. El silencio que allí había era ensordecedor para nuestros oidos. Tanta paz tenía que desbordarse por algún lado y, después de grabar unos cuantos vídeos y hacernos millones de fotos, nos percatamos que sólo teníamos dos horas de luz para bajar al refugio. Nos despertamos del sueño, y pusimos rumbo sur para descender de nuevo 1000 metros de desnivel.

La cara sur del Mulhacén es, sin duda, una suave loma que facilita mucho su descenso. Después de pegar el sol durante todo el día, la nieve comenzaba a derretirse y muchas veces nos dificultaba nuestro avance. Pero las suaves pendientes contrarrestaban y, al mismo tiempo, hacía que nuestro ritmo fuese bastante bueno. Íbamos perdiendo altura en cada paso, pero al mismo tiempo las estampas eran cada vez más hermosas. Las expresiones de asombro no cesaban, y es que el sol iba descendido, provocando un precioso reflejo sobre la escarpada silueta de la cara sur de Sierra Nevada. Todo era perfecto. Las nubes acompañaban al paisaje, poniendo un esponjoso techo a la salada agua del mar de Málaga que podíamos otear en el horizonte. Todo brillaba, incluyendo nuestras pupilas, dilatadas al máximo por órdenes del cerebro, quién quería disfrutar el mayor tiempo posible de tan bucólica escena. Ahora sí. Rápidamente me di cuenta que esa imagen se había grabado en mi mente de por vida. Al mismo tiempo las expresiones de pena se entremezclaban, pues no sabemos cuando vamos a poder disfrutar de nuevo de tan espectaculares paisajes.

Pero los problemas estaban por llegar. Bien orientados, dimos rápidamente con el refugio, pero para llegar a él decidimos ir por el camino más corto. Esto fue un craso error. En alta montaña el mejor camino no es el más corto, sobre todo en la bajada, sino el de menos desnivel. Cometimos el error de trazar una línea recta entre nuestro punto y el del refugio. En mitad de dicha línea nos encontramos con una fortísima pendiente que tendríamos que descender con nieve muy derretida. Al instante se me vino a la cabeza la gran estadística: y es que el 80% de los accidentes que ocurren en montaña suceden durante el descenso, cuando te relajas por haber hecho cumbre, tus energías merman, y tus reflejos decrecen. Rápidamente tuvimos que calentar piernas y rodillas para enfrentarnos al duro descenso sin perder de vista el refugio.

Nuestras piernas se hundían en la nieve medio metro y hacía que temíeramos en cada paso que dábamos. Las peores circunstancias se unieron y se nos mostraron de cara. La montaña nos tenía reservada esa sorpresa y teníamos que enfrentarnos a ella. Cada paso nos hacía temblar las piernas. Estábamos rotos. Ya no éramos tres. Era tal la presión que sentíamos que en muchos momentos notabas en tu piel el verdadero sentido de la supervivencia. Para colmo, en uno de los peores tramos del descenso, me hundo más allá de las rodillas y me quedo atrapado. No puedo salir. Y cada intento que hago para escapar hace que siga enterrándome de nieve cada vez más. Me apoyo en los bastones fuertemente y empujo hacia arriba. Buenas noticias: estaba liberado. Malas noticias: oigo un crujido y me doy cuenta que mi raqueta se ha desprendido de mi zapato. En una pendiente de tal calibre y en esas circunstancias lo peor que te puede ocurrir es tener problemas con el material técnico. Me detengo y miro a mis compañeros, pero no pueden hacer nada. Cada uno seguía su ritmo y habían cogido ventaja. Tras un gran esfuerzo logro calzarme de nuevo la raqueta y decido proseguir mi camino de bajada. Lo peor había pasado, y las piernas fallaban cada vez más. Afortunadamente, concentraba toda mi atención en cada paso y, después de una hora descargando adrenalina al máximo, alcanzo la meseta que me llevaría hasta el refugio. Mi compañero esperaba en la entrada. Llegué exhausto, nos miramos, y no dijimos nada. Estoy seguro que cada uno pensó en el gran reto que acababa de superar. Pero allí estábamos, vivitos y coleando de euforia por haber alcanzado el techo de la península en circunstancias extremas.

Antes de descansar nos cambiamos de ropa y pusimos a secar las botas. Mis preciados calcetines de lana a rayas frente a la chimenea hicieron que mis pies volvieran a rebosar vida. Nos tomamos un buen vaso de leche caliente y nos revestimos con reflex las piernas. Lo único que teníamos por hacer era jugar a las cartas, disfrutar del bello atardecer en la sierra desde el balcón del refugio, y disfrutar de una merecida cena que nos cocinó el guarda del refugio. Lo habíamos conseguido. A pesar de estar a punto de rendirnos durante la subida, fuimos capaces de superar las adversidades. Y no sólo el esfuerzo realizado fue físico, sino que tu preparación mental es fundamental para poder enfrentarte a retos de tal envergadura. Conocer tus límites y reservas de energía es imprescindible en la montaña, pues para llegar a una cumbre no sólo tienes que preocuparte de alcanzar la cima, sino de regresar sano y salvo. Eso sí, los sentimientos que tienes al hacer cumbre no los cambio por nada en la vida.

Una vez recuperados nos metimos cada uno en su saco. "¡Buenas noches y a descansar, que todavía queda el descenso hasta el coche...otros 1000 metros de desnivel!". La respuesta inmediata a este comentario fue: "Sí, pero hemos estado en el pico más alto de la península". Los tres reaccionamos con un ligero resoplido de aire, producto de la sensación de satisfacción. Hasta mañana.

Fotos en www.andaresgratis.tk

2 comentarios:

Ego... dijo...

Eres un auténtico narradorcillo. jeje!
Que envidia de viaje...
Un saludo

Gato en Caldera dijo...

jejeje gracias por ese comentarillo. La verdad es q mola darle ese toque a la aventura, no? ... Lo mejor es q no me invento nada, pero contado así mola más jejeje ... ya me conoces.

pd: qué sensación más rara siendo tú el q escribes en mi blog jejej

saludos.