miércoles, 26 de noviembre de 2008

Decisiones

Hoy he decidido escribir sobre las decisiones, una acción que exige al individuo optar por una alternativa a escoger entre varias posiblidades. Nos pasamos el día decidiendo, y eso agota a una persona. Además, el ser humano tiene la virtud de complicarse la vida cuando ha de tomar una elección banal. Somos capaces de poner nuestra cabeza al rojo vivo intentando complejizar todo, cuando la opción más simple, parece indicar, que siempre es la mejor. Y es que las decisiones cambian nuestro rumbo de vida por completo. A mí me recuerdan, particularmente, a un tipo de libro que solía leer cuando era pequeño: "Elige tu propia aventura". En estos te podías introducir en la piel del personaje principal, ya que eras tú quien decidía si: 1) Luchas contra el dragón de la cueva (ve a la página 74) ó 2) Das media vuelta e intentas buscar otro sitio por el que entrar al castillo (continúa por la página siguiente). Según lo que escogieras, la historia cambiaba. Lo malo es que la vida real muchas veces no te obliga a coger entre dos opciones bien predeterminadas, sino que parecen ser aleatorias y, frecuentemente, vorazmente malévolas. Y todo esto me ha llevado a pensar entre los diferentes tipos de decisiones con los que nos podemos cruzar a lo largo del día, desde que abres los ojos preguntándote "¿qué me espera hoy?", hasta que los cierras haciendo balance junto a tu compañera de cama: la almohada, claro está.


1. Suena el despertador. Decides ir espabilándote mientras estás "estirazándote" (dedicado a la niña del finde de los palabros) o dejarte dormir un poquito más.

- Decisión irrevocablemente errónea. Siempre que madrugas acabas maldiciendo porqué no dormir más: no has hecho nada en toda la mañana. Y siempre que te dejas revolcar en la cama la mañana se te queda corta: ¿por qué no me levantaría antes?
2. Estás en pie delante del armario y tienes que decidir qué ropa ponerte.
- Decisión sin fondo. La ropa no deja de ser un bien de primera necesidad, de abrigo. No malgastes tu tiempo intentando conjuntar tu ropa evitando repetir prendas del día anterior. Es mejor aprovechar ese tiempo desperezándote en la cama. Así te quitas dos decisiones del medio rápidamente.

3. Ahora debes decidir si te pegas el cafelazo padre antes de salir de tu casa, o lo dejas para media mañana, o bien te tomas los dos.
- Decisión fisiológica. Al final siempre es el cuerpo el que te lo acaba pidiendo. Mírate al espejo, analiza tu cara, y rápidamente obtendrás respuesta.

4. Llegas al curro. Debes decidir si empezar a currar en el momento que tu culo se pega a la silla o si, para entrar en calor, miras el correo y lees las noticias por internet.
- Decisión que habla por sí sola si no eres chino. Lo más obvio es elogiarte por estar en el curro un día como hoy, así que decides darte tu primera recompensa (cierto, no has hecho nada todavía y ya te estás concediendo méritos): "voy a mirar unas cosillas por internet antes de entrar en faena". Lo de los chinos es mejor tratarlo a parte. Creo que para ellos no está dedicada esta entrada: tienen decisiones que nos sobrepasan a la gran mayoría.
5. Ya es media mañana. Tus compis se preparan para el café. Has de decidir si acompañarles o quedarte adelantando curro.
- Decisión sometida a una gran presión por el endogrupo. Tienes que acompañarles con ellos para integrarte después en las bromas referidas a algún comentario ingenioso que hicieron en cafetería. Aunque, mirándolo por otro lado, esta decisión bien podría encajar en el tipo de decisión número 4.
6. Se acerca el mediodía. Ahora tu elección se debate entre terminar lo que estabas haciendo e irte pronto a casa, o adelantar un poco de trabajo en los quince minutos que quedan.
- Decisión refranera. Más vale hacer las cosas bien y dejarlas terminadas, que hacerlas rápido y medio hacer. Mira el niño qué listo! Cuando interesa sí que sabemos aplicar la lógica.
7. Llegas al hogar. ¿Qué como?
- Decisión frigorífica. Lo que al final acabes comiendo dependerá en buena medida de las oportunidades que te ofrezca tu nevera y despensa, pero como casi siempre, las combinaciones no son muchas. Menos mal que tienes algo de la noche anterior y "con dos pegillos más nos quedamos comíos".
8. Pues mira, al final te has quedado lleno y sentado al braserito se te empiezan a cerrar los ojos. ¡Qué mal se está así! Debes decidir si echar una pequeña siesta o ponerte a hacer cosas antes de que la cosa vaya a más.
- No es una decisión. Nadie se plantea dudas como esas. ¡Que descanses un rato!
9. Entre pitos y flautas (jejej) se te va la tarde y, como todo el mundo, no has hecho ná! Ahora se te plantea la duda de comenzar a abrir cervezas o pararte un poquito más, cuando se vaya acercando la hora de cenar.
- Decisión motivacional. Lo que te lleva a comenzar a beber pronto viene dado por tu estado de motivación presente. Si estas un poco tocado por el día, no te lo piensas: te sientas solo en el salón con la TV apagada mientras te bebes una cerveza pensando pensamientos recurrentes. Si, por el contrario, el día te ha sonreído y el feliz solecillo te ha atravesado con sus calientes rayos hasta tocar tu corazón (toma ya!), de la misma manera que antes, la cerveza la abres, pero con música de fondo y pensando en banalidades absurdas.

10. Se acaba el día y debes pensar un poco sobre tu planificación para el día siguiente.

- Decisión aplazada. No es el momento de hacer eso. Acuéstate y habla con tu almohada. Mañana será otro día lleno de decisiones.


Hasta aquí por hoy. En otra ocasión hablaré de otro tipo de decisiones, de aquellas que nos marcan más la vida a largo plazo. Será otro tema interesante, con más fondo que el de hoy. Os invito a "comentarme" esta entrada con cualquier decisión de la vida diaria que se os ocurra. Hay millones!

lunes, 24 de noviembre de 2008

Acariciando el cielo (Día 3)

Día 3. Del refugio de Poqueira a la Central Eléctrica


El último día amaneció, para nosotros, a las 7'30 de la mañana. El primer chequeo que hicimos al despertar estuvo dedicado a nuestras piernas: un ligero balanceo y una serie de estiramientos nos permitió comprobar de manera rápida, aunque poco eficaz, el estado de nuestros preciados músculos que nos serían tan útiles para afrontar el tercer día en la montaña; nada más y nada menos que otros 1000 metros de desnivel para culminar con nuestra gran hazaña. Un fuerte desayuno y una rápida recogida de enseres nos permitió ponernos en camino muy temprano, de nuevo con raquetas calzadas y con la mochila en la espalda.

Las cosas parecían pintar bien, pero nada más lejos. Tan sólo cinco minutos después de nuestra partida las piernas parecían indicarme algo. Algo que señalaba mal: "tío, ni de coña aguantaremos fuertes pendientes heladas por mucho tiempo". Y así pasó. En breve mis piernas comenzaron a fallar. No soportaban el peso de mi cuerpo, y cada paso que daba me hacía pensar en el largo camino que me quedaba de vuelta. No tardaron en aparecer los primeros retos. Y es que de nuevo ante nosotros se nos avecinaban grandes desniveles por terreno helado, lo cual dificultaba aún más nuestro paso. Un breve resbalón hacía que tuvieses que tensar al máximo tus piernas, las cuales no estaban para esos trotes: la sensación de dolor iba en aumento. Al mirar hacia atrás te podías dar cuenta de la gran ascensión que hicimos nuestro primer día. Pero, como la gran mayoría opina, lo peor es el descenso. Bajar por esos terrenos y con tus muslos lesionados es una situación que hace sacar de tí todas tus fuerzas, tanto física como psíquica. En mi opinión, sobre todo de la segunda.
Cada paso que daba sentía temblar mis piernas, lo cual hacía que tuviese que centrar toda mi fuerza y equilibrio en los bastones, es decir, en mis brazos. Aún así, cualquier paso con mala fortuna me obligaba a dejarme caer hacia atrás y caer de espaldas en la nieve. La mochila servía de colchón. No hacía más que pensar en el duro camino de vuelta que me esperaba, pero supe que esa no era una buena alternativa, así que rápidamente eché mano de alguna estrategia psicológica barata: avanzar 50 pasos y detenerme a descansar. De este modo, superando pequeños retos, logré quitarme del medio lo más duro del camino: el descenso por paredes de hielo. Pero aún quedaba bastante tramo por caminos de tierra, donde pensaba que la situación mejoraría. Pero no fue así. Las piernas estaban tan cargadas que no soportaban ni un simple paso. Un poco de réflex en las piernas y a seguir adelante.

Al mirar hacia atrás vimos la misma estampa que el primer día: un gran peñasco cubierto de nieve por el que atravesamos dos veces. Pensar que habíamos pasado por aquel escollo nos hacía sentir orgullosos, pero aún más cuando nos percatábamos que ese pequeño reto constituía sólo un 15% de toda nuestra aventura. La sensación de superación de uno mismo hacía que por momentos el dolor se conviertiera en un triunfo. Podías llegar hasta el punto de disfrutar de él, pues era incluso merecido.

Poco a poco, entre bromas y música conseguimos llegar al coche. El descenso, para mí, fue lo más duro, pues superar 1000 metros "sin piernas" es lo más costoso a lo que me he podido enfrentar hasta ahora mismo en la montaña. Pero no penseis que estamos locos por hacer estas cosas. Es lo que me gusta, conocer tus límites es la mejor herramienta para prevenir cualquier situación inesperada.

Soltar las mochilas en el suelo, unas fotos, unos abrazos, y 3 sonrisas de satisfacción que hacían sombra a todos los peregrinos que ese fin de semana se asomaron a la vía de las acequias. Un brillo especial de orgullo en nuestras caras tenía que ser evidente, pues la gente nos miraba con cara de asombro. Fue algo que no dejó de llamarme la atención cuando llegamos a senderos practicables para cualquier familia que desee echar un día silvestre. Pero sin duda, lo mejor fue la recompensa final: una fría y escarchada cerveza que nos tomamos en Granada para celebrar nuestro "reto conseguido". Y es que, como me gusta decir, "creo que lo mejor del montañismo es cuando te tomas la cerveza para celebrar que has hecho cumbre".

Pues hasta aquí todo. Fue una de las mejores experiencias que he tenido hasta mis 24 años de vida en este mundo. Algo que no olvidaré nunca: ...no podría elegir. Un breve resumen con lo que me quedo: la sensación de satisfacción; la paz y tranquilidad de la montaña; la gran belleza de sus paisajes; la compañía de unos buenos compañeros de aventura; el amanecer y el anochecer.

"¿Hemos vencido a un enemigo? A ninguno, excepto a nosotros mismos. ¿Hemos ganado un reino? No, y no obstante sí. Hemos logrado una satisfacción completa, hemos materializado un objetivo. Luchar y comprender, nunca el uno sin el otro, ésta es la ley." – George Mallory

lunes, 17 de noviembre de 2008

ACARICIANDO EL CIELO (día 2)

"¡Buenos días! ¿Cómo están esas piernas?...Genial, preparadas para el gran día"

Día 2. Del refugio de Poqueira al Mulhacén (y de vuelta al refugio)

Al igual que la despedida del sol de la noche anterior fue un momento espectacular, su regreso no podía ser menos. Ver el sol aparecer tras la montaña dando los buenos días a sus inquilinos fue una imagen que no olvidaré. Tras comentar con el guarda las mejores vías para subir al picacho nos calzamos las raquetas y comenzamos con el que sería el día más duro de nuestro viaje: superar 2000 metros de desnivel para alcanzar la cima y regresar al refugio. Para ello, decidimos ascender por la cara NO y descender por la cara sur.

Al salir del refugio buscamos el valle para dirigirnos a las grandes lomas de la cara NO y subir por ese camino. El estado de la nieve era bueno en la mayoría de los tramos, pues el calor del sol no había hecho todavía efecto sobre ella. Cuando caminas por un valle nevado lo más problemático es la gran cantidad de nieve que allí se acumula, y viendo las dificultades que teníamos para avanzar decidimos ir cogiendo altura por una empinada pala que nos llevara hasta una mejor posición. Pero no fue fácil. Las grandes pendientes y el espesor de la nieve hacía que en algunos pasos te hundieras hasta las rodillas. Y lo peor venía cuando intentabas salir de ese agujero, pues, al igual que las arenas movedizas, intentar salir de ahí supone aplicar una gran cantidad de fuerza sobre la otra pierna, la cual acababa también hundida en la nieve. Intentar salir de aquí era una odisea, y cada vez que probabas un nuevo método tu cuerpo se hundía cada vez más. Al final, la ayuda de un compañero se hacía indispensable para no quedar atrapado.

Tras una hora aproximada de duro ascenso divisamos lo que creíamos era la arista del Mulhacén, que nos llevaría hasta su punto más alto. Sin embargo, aún estábamos muy por debajo y las grandes cuestas que quedaban por subir provocaban los primeros desalientos. Pero nada más lejos. Nos encaramos a ellas y, con su permiso, nos dispusimos a subir por ellas. El gran desnivel hizo que echaramos mano del clásico truco de la ascensión en zig-zag. La fuerte subida hacía que el ritmo se ralentizara bastante. Creíamos estar muy cerca de la cuerda de la montaña, pero un fatídico paso y una ligera mirada hacia arriba hizo que nos lleváramos las manos a la cabeza. No podíamos creer lo que estábamos viendo. Y es que detrás de la gran pared que estábamos escalando apareció un pico más alto por detrás de ella. Nos miramos asombrados y con gestos de desolación y abatimiento. No podía estar pasando...la gran loma que estábamos subiendo no pertenecía al Mulhacén y, por tanto, quedaba aún mucho camino por subir.

Rápidamente cogimos el mapa y vimos que, detrás del punto en el que nos encontrábamos, había un valle. ¡Horror! Eso significaba que todo lo que habíamos subido había que bajarlo por la cara opuesta para atravesar el valle y enfrentarmos a la verdadera cara NO del Mulhacén. De confirmarse nuestras predicciones, los tres pactamos que abandonaríamos la ascensión, pues no tendríamos suficientes fuerzas para subir y después bajar. Es curioso cómo los montañeros sólo piensan en sus fuerzas para llegar a la cumbre, descuidando cualquier reserva de energía para un duro descenso. No teníamos nada que perder, así que decidimos proseguir nuestro camino hasta el punto más alto y divisar lo que nos esperaba detrás. Una vez allí, decidiríamos qué hacer con nuestro viaje.

Para colmo, volvió a ocurrir lo del día anterior. Y es que, estando cerca de la arista, superamos un escalón que nos dejó ver la verdadera arista de la montaña que estábamos subiendo. Otra pared blanca se levantaba de nuevo ante nuestros ojos y debíamos seguir con nuestro duro ascenso hasta la arista para decidir qué hacer. Después de tres largas horas llegamos al punto más alto y...¡voilá! La suerte se volvió de nuestro lado. Tuvimos la gran suerte de estar más al sur de lo que pensábamos. Esto significaba, también, que estábamos más lejos de lo previsto. Pero la ventaja de todo esto es que aún no habíamos llegado al valle que temíamos encontrar por la otra cara. Así, nos ahorrábamos tener que descender al valle, ya que teníamos una perfecta enlazada entre nuestra posición y la cuerda del Mulhacén, la cual nos llevaría hasta su cumbre. Decidimos, por tanto, proseguir nuestro camino.

Al seguir subiendo por unas escalonadas rocas desnudas de nieve por su abrupta forma, divisamos al fondo lo que parecía ser la cima. Pero nada más lejos. Media hora más subiendo por una suave loma las perspectiva nos jugó otra mala pasada. Estábamos muy cerca de otro pico, conocido por Mulhacén II por su parecido y por la gran confusión que produce a los montañeros al verlo. Nosotros también caimos en su trampa. "¡Señores! Este tampoco es el gran picacho. Está detrás, más arriba todavía!" Supongo que la falta de oxígeno en la atmósfera hizo que no nos afectara tanto. Nos pusimos las pilas y seguimos caminando sobre el manto.


Ahora sí. Coronamos el Mulhacén II y ya podíamos ver perfectamente el techo de la península; el mismo que tanto tiempo nos llevaba confundiendo por nuestras ansias de estar en él. Repusimos fuerzas en el peor punto, ya que por nuestra cara soplaba un fuerte viento que nos dejaba helados, así que comimos rápido y salimos hacia la cumbre. A pesar del cansancio acumulado y la falta de oxígeno en el aire, nuestra motivación crecía al estar cada vez más cerca del techo hasta que, de pronto, nos reunimos los tres para encarar la última pala de subida juntos. El esfuerzo fue conjunto, así que decidimos coronar al mismo tiempo. Unos pasos más y...allí estábamos, a 3482 metros de altura, con la escena más impactante que había visto en mi vida. Los paisajes eran preciosos. Creíamos estar rozando el cielo, pues no había nada más alto que nosotros en España en ese momento.

Éramos las tres personas que, por ese día, se encontraban en el punto más alto de nuestro país. Y eso nos hacía sonreir. Nos abrazamos y nos quedamos en silencio. El aire se aplacó, y recuperamos el aliento. La cara norte era brutalmente escarpada, y mirar por sus barrancos te producía un fuerte temblor de piernas. Al NO, el Veleta, y al NE, la Alcazaba. Las imágenes nos transportaban a otro sitio. Yo creía no estar en Granada, pues siempre había asociado esos paisajes nevados a grandes montañas como la diosa Everest. Pero nada más lejos. Al girarnos y contemplar la cara sur, podías ver perfectamente la silueta de la costa de Granada y Almería, bañada por sus aguas mediterráneas hasta que el horizonte las hacía desaparecer. Permanecimos en silencio un buen rato.

Supongo que cada uno pensaba en sus cosas y, al ser un momento tan íntimo, nadie quería molestar la gran paz que allí se podía alcanzar. Mi mente se evadió al sentir tal relajación allí arriba con esos espectaculares espejos de nieve que reducían hasta lo más simple de tu existencia en la tierra. Que pequeño te sientes allí arriba, y qué grande al mismo tiempo. El silencio que allí había era ensordecedor para nuestros oidos. Tanta paz tenía que desbordarse por algún lado y, después de grabar unos cuantos vídeos y hacernos millones de fotos, nos percatamos que sólo teníamos dos horas de luz para bajar al refugio. Nos despertamos del sueño, y pusimos rumbo sur para descender de nuevo 1000 metros de desnivel.

La cara sur del Mulhacén es, sin duda, una suave loma que facilita mucho su descenso. Después de pegar el sol durante todo el día, la nieve comenzaba a derretirse y muchas veces nos dificultaba nuestro avance. Pero las suaves pendientes contrarrestaban y, al mismo tiempo, hacía que nuestro ritmo fuese bastante bueno. Íbamos perdiendo altura en cada paso, pero al mismo tiempo las estampas eran cada vez más hermosas. Las expresiones de asombro no cesaban, y es que el sol iba descendido, provocando un precioso reflejo sobre la escarpada silueta de la cara sur de Sierra Nevada. Todo era perfecto. Las nubes acompañaban al paisaje, poniendo un esponjoso techo a la salada agua del mar de Málaga que podíamos otear en el horizonte. Todo brillaba, incluyendo nuestras pupilas, dilatadas al máximo por órdenes del cerebro, quién quería disfrutar el mayor tiempo posible de tan bucólica escena. Ahora sí. Rápidamente me di cuenta que esa imagen se había grabado en mi mente de por vida. Al mismo tiempo las expresiones de pena se entremezclaban, pues no sabemos cuando vamos a poder disfrutar de nuevo de tan espectaculares paisajes.

Pero los problemas estaban por llegar. Bien orientados, dimos rápidamente con el refugio, pero para llegar a él decidimos ir por el camino más corto. Esto fue un craso error. En alta montaña el mejor camino no es el más corto, sobre todo en la bajada, sino el de menos desnivel. Cometimos el error de trazar una línea recta entre nuestro punto y el del refugio. En mitad de dicha línea nos encontramos con una fortísima pendiente que tendríamos que descender con nieve muy derretida. Al instante se me vino a la cabeza la gran estadística: y es que el 80% de los accidentes que ocurren en montaña suceden durante el descenso, cuando te relajas por haber hecho cumbre, tus energías merman, y tus reflejos decrecen. Rápidamente tuvimos que calentar piernas y rodillas para enfrentarnos al duro descenso sin perder de vista el refugio.

Nuestras piernas se hundían en la nieve medio metro y hacía que temíeramos en cada paso que dábamos. Las peores circunstancias se unieron y se nos mostraron de cara. La montaña nos tenía reservada esa sorpresa y teníamos que enfrentarnos a ella. Cada paso nos hacía temblar las piernas. Estábamos rotos. Ya no éramos tres. Era tal la presión que sentíamos que en muchos momentos notabas en tu piel el verdadero sentido de la supervivencia. Para colmo, en uno de los peores tramos del descenso, me hundo más allá de las rodillas y me quedo atrapado. No puedo salir. Y cada intento que hago para escapar hace que siga enterrándome de nieve cada vez más. Me apoyo en los bastones fuertemente y empujo hacia arriba. Buenas noticias: estaba liberado. Malas noticias: oigo un crujido y me doy cuenta que mi raqueta se ha desprendido de mi zapato. En una pendiente de tal calibre y en esas circunstancias lo peor que te puede ocurrir es tener problemas con el material técnico. Me detengo y miro a mis compañeros, pero no pueden hacer nada. Cada uno seguía su ritmo y habían cogido ventaja. Tras un gran esfuerzo logro calzarme de nuevo la raqueta y decido proseguir mi camino de bajada. Lo peor había pasado, y las piernas fallaban cada vez más. Afortunadamente, concentraba toda mi atención en cada paso y, después de una hora descargando adrenalina al máximo, alcanzo la meseta que me llevaría hasta el refugio. Mi compañero esperaba en la entrada. Llegué exhausto, nos miramos, y no dijimos nada. Estoy seguro que cada uno pensó en el gran reto que acababa de superar. Pero allí estábamos, vivitos y coleando de euforia por haber alcanzado el techo de la península en circunstancias extremas.

Antes de descansar nos cambiamos de ropa y pusimos a secar las botas. Mis preciados calcetines de lana a rayas frente a la chimenea hicieron que mis pies volvieran a rebosar vida. Nos tomamos un buen vaso de leche caliente y nos revestimos con reflex las piernas. Lo único que teníamos por hacer era jugar a las cartas, disfrutar del bello atardecer en la sierra desde el balcón del refugio, y disfrutar de una merecida cena que nos cocinó el guarda del refugio. Lo habíamos conseguido. A pesar de estar a punto de rendirnos durante la subida, fuimos capaces de superar las adversidades. Y no sólo el esfuerzo realizado fue físico, sino que tu preparación mental es fundamental para poder enfrentarte a retos de tal envergadura. Conocer tus límites y reservas de energía es imprescindible en la montaña, pues para llegar a una cumbre no sólo tienes que preocuparte de alcanzar la cima, sino de regresar sano y salvo. Eso sí, los sentimientos que tienes al hacer cumbre no los cambio por nada en la vida.

Una vez recuperados nos metimos cada uno en su saco. "¡Buenas noches y a descansar, que todavía queda el descenso hasta el coche...otros 1000 metros de desnivel!". La respuesta inmediata a este comentario fue: "Sí, pero hemos estado en el pico más alto de la península". Los tres reaccionamos con un ligero resoplido de aire, producto de la sensación de satisfacción. Hasta mañana.

Fotos en www.andaresgratis.tk

viernes, 14 de noviembre de 2008

ACARICIANDO EL CIELO (dia 1)

Con 3482 metros de altura, el Mulhacén es la montaña más alta de la península Ibérica. Su nombre viene de Muley Hacén, castellanización del nombre de Mulay Hasan, penúltimo rey de Granada en el siglo XV, del que se dice fue enterrado en esta montaña. La semana pasada me embarqué con dos amigos en una de las mejores aventuras de mi vida: la subida al techo peninsular desde los pueblos blancos de las Alpujarras. Uno de ellos, amigo mio de toda la vida, era el grandioso Chuki. Otro, mi colega de intercambio de inglés, Jeff, californiano y vecino del cantante de Green Day!

Día 1. Desde la Central eléctrica de Poqueira (1500m) al Refugio de Poqueira (2500).

El día amaneció perfecto, sin ninguna nube en el cielo. Las predicciones acertaron, y después del fuerte temporal que tapó la Sierra con su impresionante manto blanco, era un problema menos en el que pensar. Por diferentes razones comenzamos a andar a las 11 de la mañana, con el coche aparcado muy cerca del encantador pueblo de Capileira. Nuestras espaldas tendrían que soportar más de 25kg de las pesadas mochilas, con las que tendríamos que salvar un desnivel de 1000 metros!
El primer tramo se hizo duro, pues la pendiente era brutal. Pero poco a poco la pendiente se suavizó, siempre caminando al lado del río, por el que cruzaríamos varias veces por pequeños puentes de piedra que nos transportaban por momentos a épocas medievales. No nos faltó tiempo para probar sus aguas: cristalinas y frías, el agua nos supo a mil maravillas; una explosión de frescor y pureza en nuestras bocas. Todo era perfecto: las vacas pastando en los prados, grandes barrancos, un río caudaloso, rodeados de montañas, y al fondo un gran peñón nevado por el que tendríamos que atravesar.


Después de un buen rato caminando, la nieve comenzó a hacer acto de presencia. La pendiente se endureció. Y al salir de los grandes cañones por los que avanzábamos, nuestra vista se cegó de grandes picachos cubiertos de nieve. Nos miramos los tres y sonreímos sin decir nada. Las vistas eran preciosas, y todos sabíamos que nuestra ruta no había hecho más que comenzar.

Frente a nosotros se alzaba una gran pared vertical blanca, y el mapa indicaba que detrás de ella estaba el refugio. No habíamos avanzado mucho -verticalmente hablando- así que rápidamente nos dimos cuenta de que el tramo restante era el de mayor dureza (y la estampa ante nuestros ojos no decía lo contrario). Lentamente avanzábamos en silencio, con el único telón de fondo de nuestros pasos hundiéndose en la nieve, los jadeos del gran esfuerzo que estábamos realizando, y un pequeño zumbido del aire que nos recordaba constantemente que estábamos echando un pulso a la montaña: ¡tened cuidado en cada paso!

Por desgracia, había algunos tramos en los que la nieve estaba demasiado blanda (nieve polvo, poco compactada y derretida por la pegada del sol), y el cuerpo se hundía en ella hasta las rodillas. Salir de ahí implicaba un gran esfuerzo: tanto que era necesario estar cinco segundos apoyado sobre los bastones recuperando aliento y viendo como tus compañeros avanzaban cada uno a su ritmo. Pero no todo eran desgracias. Cada vez que parábamos a recuperar líquidos y comer mandarinas, nuestro trabajo se veía recompensado. Allí estábamos, con tediosas mochilas a nuestras espaldas, sentados en la nieve comiendo, con el sol abrazando nuestro cuerpo y rodeados de grandes picos blancos. El gran espejo en el que nos encontrábamos, en medio de la nada, como pequeñas hormigas en un campo de fútbol, hacía que el baño en crema solar fuese constante.
La pendiente era muy dura, y cada vez que salvábamos un escalón se abría frente a nosotros una nueva pared vertical que debíamos superar. Es como cuando subes un largo tramo de escaleras y, al llegar arriba, giras tu cabeza al lado y ves un nuevo y peor tramo por el que debes subir para llegar a tu destino. Los tres nos mirábamos, y la única respuesta -unánime, por cierto- era un gran resoplido y un alto y claro ¡vamos!

Después de 2 horas de senderos y 3 horas de ascenso vertical por paredes de hielo y nieve, allí estaba. En el último escalón, cuando todos pensábamos "¿qué habrá detrás? ¿otra pared? ¡no por dios!"... vimos el refugio! La sensación fue de alivio, y la imagen no dejaba de ser espectacular: todo blanco, con altos picos alrededor, grandes lomas, barrancos, subidas y bajadas... pero allí, en medio, una casita de piedra. Al verla me imaginé que aquello era un juego de la diosa montaña. Parecía que un ser superior puso una casa ahí, sin ningún sentido, en medio de la nada. Me recordó cuando de pequeño, jugando con los playmobil, yo era quién decidía la vida de mis personajes. Colocaba el fuerte encima de una estantería alta, y a mis criaturas las dejaba caer en el suelo: "¡anda! a ver si eres capaz de llegar arriba". Lo malo es que hoy me tocaba a mí ser el playmobil.

Llegamos a las escaleras de entrada del refugio y, aunque nuestros planes eran seguir adelante en busca de otro refugio, decidimos quedarnos allí a pasar la noche, pues el sol se estaba escondiendo y estábamos muy cansados. En la puerta, sentados tomando el sol, dos franceses nos ofrecieron una taza de café caliente al ver nuestras caras de cansancio. ¡Se agradece! Es el espíritu del montañero.
Hablamos con el guarda, reservamos una habitación, y nos fuimos a descansar. Todo el refugio era para nosotros. El relax que allí se respiraba se multiplicaba por diez cada vez que mirábamos al exterior. Las vistas de nuestra habitación: impresionantes; el atardecer en la montaña: escalofriante; el cielo despejado y las estrellas acariciadas por la luna: impactante; el calentito de la chimenea y un buen cola-cao para reponer fuerzas: reconfortante; el ambiente y el trato recibido por la montaña y el refugio: acogedor; y saber que mañana sería el doble más duro que hoy: apasionante e intrigrante.



"¡Buenas noches!", dijimos a las diez de la noche. Pero no fue así. Chuki me despertó sobre las doce de la noche para asomarnos al balcón. El frío que hacía despareció al ver lo que teníamos delante de nuestros ojos: una luna radiante iluminando el manto blanco de nieve; un montón de preciosas estrellas que brillaban como en mi vida las había visto; una silueta negra del picacho que teníamos en frente; y una paz y tranquilidad que te hacía desconectar del mundo. Sólo nosotros... y la montaña. El silencio. Ahora sí, "hasta mañana", y cada uno a su saco.


PD: podeis ver las fotos en www.andaresgratis.tk (Mulhacen)

sábado, 8 de noviembre de 2008

Bienvenidos !!

Con este video presento este blog Gato en Caldera. Una amiga me animó a que hiciera uno, y aquí está. No pretendo contar mi vida aquí, aunque sí algunas experiencias. Este blog sólo es un sitio en el que cuento todo aquello que se haya dignado a entrar en mi cabeza y haya hecho un pequeño centrifugado en ella. Cada persona es un mundo -dicen por ahí- y todos tienen su particular manera de interpretar las cosas: cada uno entiende sólo lo que quiere o puede entender.




Gato en Caldera no es más que un cómico y simple reflejo de lo que representa el vídeo de nuestro amigo Homer, y es que cada uno entiende sólo lo que quiere o puede entender. Por ello, ¿por qué no dejar huella de todo aquello que entre a mi cabeza? ¿por qué no expresarlo y compartir -o rebatir- puntos de vista? Pues a ello voy. En este blog plasmaré todo ese batiburrillo de cosas que pienso, que algún día comenté a alguien, o que alguna noche me acompañó junto a mi almohada. Cada entrada será un mundo.


Bienvenidos y a ver cuán lejos llegamos!